viernes, 10 de septiembre de 2010

Grano de arena precipitándose por el reloj

Cuando el día me despierta con su sonido de reloj electrónico, esa habitualidad me tranquiliza y a veces me hastía.

La rutina, el trabajo y el transcurrir con sus pequeños vaivenes llevan este barco por mares más o menos navegados. El estrés se entremezcla con algunos cansancios casi crónicos. La familiaridad de la gente conocida y amable me genera una suave tranquilidad. Transcurrir en compañía es un efectivo placebo. La siesta me devuelve el aliento, el trabajo por las tardes llena mis horas de vocación bien entendida.

Y en esta cronológica o semicronológica minihistoria de todos los días suele llegar cada cierta periodicidad azarosa... Ese instante.

El instante en el que termino de leer las hojas de ese libro, escucho las últimas voces de la radio y la apago. Y luego miro en silencio el vértice del techo en el que una telaraña persiste en aparecer después de quitarla tantas veces...Su tenacidad me hace pensar que siempre es la misma telaraña que se despega de la escoba que la quita, y se trepa por las paredes hasta volver al mismo lugar.

En ese instante solo oigo el ruido de la calle y el de mi respiración... Y es exactamente en ese pequeño instante en que la soledad me da un suave cachetazo y luego simplemente me duermo.

2 comentarios:

  1. Una linda y clara manera de explicar un día cualquiera en la vida.

    Y cómo al finalizar, caemos en la cuenta que estamos en soledad.

    besos Interrogante.

    Lady Baires

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  2. Y qué curioso que puedas dormirte después de pensar que la soledad está contigo. Parece que este tipo de pensamientos nos roba el sueño.
    Espero que a pesar de este texto estés bien.

    Un gran abrazo

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