martes, 6 de septiembre de 2011

Hijos emocionales...


La vida enseña a lidiar a uno con sus tristezas.

Cuando nació mi primera tristeza lo que hice fue cuidarla, sobreprotegerla y arroparla. Luego seguí pariendo tristezas nuevas, pero crecían y tenían un temperamento arrogante, demandante y desconsiderado. Peleaban todo el tiempo con aquellas otras emociones menos beligerantes, como las alegrías, las pasiones, los amores y las broncas... Y lo peor de todo, nunca se independizaban, se quedaban siempre conmigo.

Y un día entre tantos una de mis tristezas se tomó demasiadas atribuciones y me tomó de mis solapas. Yo la miré con sorpresa y por unos instantes no supe que hacer. Realmente me había tomado tan desprevenido que quedé como congelado ante semejante circunstancia.

Por suerte reaccioné y le di una gran bofetada. Ella se retiró avergonzada.

Hoy mis tristezas tienen el cuidado que se merecen pero ya no las sobreprotejo como antes. El tiempo y la experiencia de algunos años hace que uno las trate con más sentido común. Ellas crecen respetuosas, bastante dignas, hasta con cierta elegancia. Y ya no se quedan...  Un día simplemente se van... Felices.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Persecuciones

A lo largo del tiempo corría y se escondía lo mejor que podía, pero siempre era encontrado.
Primero utilizaba escondites un tanto obvios, como debajo de la cama, dentro de un placard, detrás de los árboles.

En realidad en su niñez nunca evitó tales encuentros. Aún  no le temía. Sus temores eran la oscuridad, algún que otro monstruo dentro del armario, los ruidos en la noche... En fin, cosas de niños.

De adulto los intentos de escapismos se hacían algo más sofisticados, un tanto peligrosos, y hasta a veces parecía lograrlo.

Y un día descubrió que es imposible escaparse de sí mismo.