Sabía que aparecerían, solían
aparecer en determinados horarios con asombrosa puntualidad... Y los
esperó. Aparecieron y se abalanzaron sobre él, pero esta vez estaba
preparado. Tenía armas contra sus pensamientos que saltaban sobre su
pellejo sin piedad. El primero fue destrozado por un millar de balas,
el siguiente fue desmembrado con golpes de hacha y la sangre se
esparcía por las paredes, el siguiente recibió una certera puñalada y
se desplomó en el suelo exánime. Pero aún quedaban tres más que
saltaron sobre su víctima. A él le quedaba una bomba fabricada con
los últimos restos de su lucidez, y la utilizó contra estos tres.
Luego fue el silencio, y un suave
gemido. El llanto de aquel que sabía que aquellos pensamientos no
habían muerto.
Una sucesión de imágenes perfecta, como un hachazo necesario, disparador de la sien.
ResponderEliminarMe encantó.
Saludos.