Después de quizás una vida entera
buscando aquel- aquella (aquello) se llega a la gran meta. Ojos solo
para ella, ojos solo para él. Así era, así creía que seguiría
siendo. Cuentos de príncipes con finales felices. Y el paso del
tiempo envenena con sutil eficacia. Los calores se extinguen, los
corazones laten al mismo ritmo por un tiempo y luego se desacompasan.
Los espejos de colores pierden su reflejo...
Perdurabilidades
trágicamente imperdurables. No es un despertar brusco, primero son
pequeñas sacudidas y los ojos se van abriendo de a poco. Las cosas
cambiaron de color y hay un tinte abrumadoramente sepia.
¿Ojos solo
para ella, ojos solo para él? Nunca será posible, las ansias ahora
se despiertan como un animal sediento. Y luego una inercia pegajosa,
el miedo a perder lo que ya se tiene, entre una traición y un deseo
no saciado.
Engaños viles, soñar con alguien en un mientras que fue
tan mágico en otras veces, y uno no necesitaba soñar con otro
alguien. Siempre hay un sufriente y un villano, salvo en situaciones
en que los planetas se desalinean juntos en un curioso sentido de
justicia.
Y en algún momento una gran burbuja de
cristal cae estrepitosamente al suelo y explota en violentas
esquirlas que se clavan en el más inocente, y llega la terrible
conciencia de que el amor no es para siempre.
Nuevamente la historia imaginada no es
real. El amor inmortal se murió, y uno de ellos lo llora.
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